El encalado de árboles frutales es una práctica agrícola que ha existido durante siglos. En esencia, consiste en aplicar cal (hidróxido de calcio o cal viva) en los troncos y ramas principales de los frutales. Aunque puede parecer una técnica antigua o pasada de moda, su eficacia sigue siendo muy valorada en huertos y plantaciones modernas.
El principal objetivo del encalado es proteger los árboles frutales de factores externos que pueden dañar su corteza. La cal tiene propiedades antifúngicas y antibacterianas, lo que ayuda a prevenir enfermedades que podrían afectarlos, como hongos, bacterias o plagas. Además, actúa como una barrera física que reduce el riesgo de sufrir daños provocados por los cambios bruscos de temperatura.
El encalado también protege la corteza de los árboles de las quemaduras solares, especialmente en zonas de climas cálidos. Cuando el sol golpea la corteza expuesta, puede causar grietas que permiten la entrada de patógenos. La cal actúa como una capa protectora que refleja la luz solar, manteniendo la temperatura interna del árbol más estable.
El momento ideal para aplicar cal a los frutales es durante los meses de invierno o justo al inicio de la primavera, cuando el árbol está en reposo vegetativo. Durante este tiempo, el árbol no está en pleno crecimiento y su savia no fluye activamente, lo que hace que la aplicación de la cal sea más efectiva.
Para aplicar la cal, mezcla una solución de cal apagada (hidróxido de calcio) en agua. La proporción típica es una parte de cal por dos partes de agua. Con una brocha o rodillo, aplica esta mezcla en el tronco y las ramas principales del árbol, cubriendo bien toda la superficie. Es importante evitar aplicar en exceso para no asfixiar la corteza del árbol.
El encalado es especialmente beneficioso para frutales de corteza fina como manzanos, perales, duraznos y ciruelos. Estos árboles suelen ser más vulnerables a los cambios bruscos de temperatura y a las plagas que se refugian en la corteza. Sin embargo, algunos árboles frutales de corteza más gruesa, como los cítricos, pueden no necesitar encalado con la misma frecuencia.
Para quienes practican la agricultura urbana, el encalado también puede ser una técnica útil. Los frutales en macetas o en espacios reducidos pueden verse expuestos a condiciones más extremas, como el calor que se refleja desde las superficies cercanas (muros, suelos de cemento). En estos casos, el encalado puede ser un aliado para mantener los árboles sanos y protegidos.
Uno de los mitos más comunes sobre el encalado es que debe aplicarse anualmente sin excepción. En realidad, la frecuencia depende del estado de los árboles y las condiciones climáticas de la región. En zonas con climas más extremos, puede ser necesario encalar más seguido, pero en áreas templadas, una aplicación cada dos años puede ser suficiente.
Otro mito es que la cal puede interferir con la absorción de nutrientes del suelo. Sin embargo, el encalado aplicado correctamente no afecta la capacidad del árbol de absorber nutrientes, ya que la cal se aplica en la corteza y no en las raíces.
Además de sus beneficios prácticos, el encalado también tiene un valor estético. Un árbol frutal con su tronco blanco encalado no solo está protegido, sino que también añade un toque tradicional y rústico a los huertos. Esta práctica ancestral conecta a los agricultores modernos con siglos de sabiduría agrícola, demostrando que lo tradicional y lo funcional pueden ir de la mano.
El encalado de árboles frutales es una técnica sencilla y accesible que aporta múltiples beneficios a la salud y productividad de los frutales. Al protegerlos contra plagas, enfermedades y los efectos del clima, esta práctica se mantiene como una herramienta valiosa en el cuidado de huertos. Considera aplicarla en tu propio huerto, especialmente si tienes árboles susceptibles a daños climáticos o enfermedades. ¡Tus frutales te lo agradecerán!