La variación de la superficie de hielos en nuestro planeta es parte de un proceso natural. Se estima que el agua se hizo presente en nuestro planeta por lo menos hace 2.800 millones de años, y la primera glaciación tuvo lugar hace unos 2.400 millones de años.
Casi la totalidad de las oscilaciones del clima terrestre han sido graduales, con una duración de miles de años, pero hubo otras más violentas que generaron extinciones masivas. La más notoria, rápida y catastrófica es la ocurrida hace 66 millones de años, cuando el asteroide 'Chicxulub' impactó la actual Península de Yucatán y dio pie a la extinción del 75 % de las especies de plantas y animales que existían en el planeta, terminando así con el reinado de los dinosaurios.
Este proceso duró unos 60.000 años y hasta el actual, todos cambios en el clima terrestre fueron por causas naturales.
El deshielo del Ártico implica claramente que:
Pero hay otras consecuencias, más desconocidas por el común de la gente:
Esta nueva investigación halló que la gran pérdida de hielo marino del Ártico influye directamente en los extremos climáticos globales, incluyendo un aumento en la frecuencia de eventos fuertes de El Niño, según indicó la autora principal del estudio, Jiping Liu, de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany.
En numerosas simulaciones con diferentes niveles de hielo hallaron que, en los veranos sin hielo ártico, la frecuencia de eventos El Niño de fuerte intensidad se hace un tercio más frecuente.
Si tenemos en cuenta que se prevé que el hielo marino del Ártico alcance un estado libre de hielo estacional en las próximas décadas, las consecuencias pueden ser devastadoras para el desarrollo sostenible de muchas regiones en nuestro planeta, y profundizar los efectos negativos del Cambio Climático.
El Niño es uno de los mayores impulsores del clima global, y como tal es responsable de numerosos impactos económicos y sociales. En este contexto de crisis climática, las consecuencias de una mayor frecuencia de eventos El Niño de fuerte intensidad, incrementa el riesgo sistémico (o efecto dominó), que se define como la probabilidad de que una sociedad, economía o sistema colapsen a partir de uno de sus componentes... es decir que el fallo en uno de ellos se contagie a los demás, generando una reacción en cadena.
El Niño, a través de sus teleconexiones, es el responsable de precipitaciones excesivas y las inundaciones resultantes en algunas regiones del planeta, mientras que en otros lugares un evento El Niño implica precipitaciones por debajo de los valores normales, conduciendo a sequías que no sólo afectan la seguridad alimentaria, sino que en ese efecto en cascada afectan la generación de energía hidroeléctrica, la economía, las migraciones y la paz social de muchas regiones y países.
Por ejemplo, el comercio mundial se puede ver afectado, ya que eventos El Niño generan sequias en Panamá, y esto limita el paso de buques en el Canal de Panamá, lo que podría resultar en pérdidas para el 6% del comercio mundial pero especialmente para el sector agropecuario, y un golpe a la economía panameña, ya que casi el 3% del PBI depende de los ingresos generados por el Canal.
Como otra forma de demostrar el efecto sistémico de esta crisis climática, también se ha encontrado que en los años El Niño de fuerte intensidad, las plataformas de hielo que flotan en el océano en el sector occidental de la Antártida pierden masa con mayor rapidez. Y eso si bien no influye de manera determinante en el nivel del mar, ya que esos hielos flotan, aumenta la cantidad de agua dulce en el mar, modificando su capacidad de transporte de calor. Y esto se encadena con otros efectos en un loop interminable.
La crisis climática ya dejó de ser una amenaza para transformarse en una realidad.
Aún hay margen para revertirla, o al menos mitigar sus efectos negativos.
La acción climática es imperativa. Por eso es importante que decidamos hoy qué futuro queremos para las generaciones que aún no han nacido.