Son numerosos los intereses en juego cuando se trata de la acción por el clima. Los podemos ver en las negociaciones que se llevan a cabo en las COP, las Conferencias del Clima donde los 197 países que integran las Naciones Unidas tratan de acordar acciones y cubrir las necesidades de financiamiento que eviten el colapso climático, algo que por ahora parece difícil de lograr. O en los compromisos de algunas industrias o estados en ese sentido.
En muchos casos, las acciones tendientes a mitigar el calentamiento global mediante la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, son consideradas negativas para algunos sectores productivos. Pero la imprevista decisión del gobierno italiano de prohibir las instalaciones solares fotovoltaicas en tierras agrícolas pone de manifiesto que, en opinión de los decisores políticos, los intereses de la agricultura se contraponen con las energías renovables. Y eso se ha visto reflejado en la legislación que se ha adoptado recientemente en Italia.
Esta decisión, según Italia Solare, la asociación italiana dedicada exclusivamente a la energía fotovoltaica y a la integración tecnológica para la gestión inteligente de la energía, le podría costar al país unos 60 mil millones de Euros. Eso sin contar los numerosos beneficios de la agrivoltaica para el mundo agrícola.
La combinación de dos actividades económicas clave en una misma superficie de terreno parece la solución eficaz a un aparente antagonismo: la competencia por el uso del suelo entre la agricultura y la producción de energía fotovoltaica.
Esto es lo que plantea el concepto originado a principios de los años ochenta, llamado “Agrivoltaica”, que combina el uso de es solares y cultivos en la misma superficie de terreno. Los es solares están colocados sobre un sistema de soportes fijos a una altura mínima de dos metros sobre el suelo, y de esa manera se evita dañar los cultivos y la tierra, sin contar que así también se previene que las actividades agrícolas sean interrumpidas.
Pero lo recomendable es que se coloquen a una altura de unos cinco metros por encima del suelo, para permitir las labores agrícolas mediante maquinaria. De esa forma se protege a los cultivos que están bajo el techo formado por los es, y mientras que los cultivos crecen, se produce energía.
La agrivoltaica reconoce cuatro importantes beneficios:
Italia se enfrenta a un dilema significativo respecto de la agrivoltaica y la sostenibilidad agrícola. En un esfuerzo por proteger el suelo y evitar la desertización de las tierras fértiles, el gobierno italiano ha decretado una prohibición completa de proyectos relacionados con la agrivoltaica en áreas de tierras fértiles dedicadas a la agricultura.
El ministro de Agricultura de Italia, sco Lollobrigida, plantea que lo mejor para los campos es regular el uso de es solares ya que “la tierra sirve principalmente para la producción agrícola”, a pesar de que la producción de energía sea también compatible. Y por otro lado afirma que se debe “poner fin a la instalación salvaje de fotovoltaica montada en el suelo”, lo que tiene el potencial de socavar las disposiciones fiscales vigentes en Italia para proyectos agrícolas.
Según Italia Solare, la energía fotovoltaica puede contribuir con 50 Gigavatios (GW) de nuevas instalaciones para lograr los objetivos de 2030 establecidos por el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima de Italia (PNIEC). Para alcanzar la potencia requerida, se necesitarían unas 40 mil hectáreas, lo que equivale al 1 % del área agrícola no utilizada, o al 0.2 % del área de toda la nación italiana.